domingo, 16 de septiembre de 2018

DOS MIL QUINIENTOS OCHO







La relación que tengo con mis plantas a quienes trato y amo como a seres vivos muy sensibles, ha llegado a tal punto de entendimiento, que casi no necesito hablar para que sepan lo que espero de ellas.


A primeros de agosto decidí ir a la casa de reposo de Navarra.
Mi intención era estar una semana, pero cuando vi que llegaba el día de marcharme, me di cuenta de que todavía no estaba recuperada del cansancio acumulado durante un invierno duro, por culpa del tratamiento para eliminar el VHC y los quince días de julio que estuvieron los berlineses, Mattin, Lisa y Odita.
Me desviví por ellos.
Trabajé tanto que me agoté.
Les dejé mi coche para que fueran a la playa o a hacer excursiones y me quedaba en casa cocinando.
A ellos, a Mattin sobretodo, le gusta comer en familia y a mi me gusta comer con Mattin, porque veo que él disfruta y es un gran conversador y para mi es la oportunidad de estar con la niña, ya que si no, Beatriz se la lleva a la piscina y no aparece por casa hasta el atardecer.
Lisa habla español y también es culta y le gusta comer y conversar.
También les gusta el vino, sobretodo en la cena y yo bebía con ellos encantada.
Al saber que siempre había fiesta en casa, Beatriz y Jaime aparecían y todos estábamos contentos.

Pasé quince días en la casa de reposo que me sentaron estupendamente.
Al principio me aburría, pero enseguida empecé a independizarme y con el coche y el GPS de mi iPhone, me iba a sacar fotos de los maravillosos pueblos abandonados que hay en la zona.
Ese plan compensaba las clases de medicina impartidas por el doctor Landaburu, que aunque interesantes, no pertenecen al área del conocimiento que me divierte.

La única preocupación que me venía a la cabeza de vez en cuando eran mis plantas.
Me preguntaba si a alguien se le ocurriría regarlas.

Al llegar a casa, lo primero que hice fue ir a la terraza y las encontré exactamente igual que cuando me despedí de ellas.
Se habían dado cuenta de que tenían que ser fuertes y se mantuvieron intactas.
No habían crecido y no estaban alegres, pero no se había secado ni una sola hoja.
Así es como llegué a la conclusión de que tenemos una conexión muy especial.










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