domingo, 10 de junio de 2018

DOS MIL DOSCIENTOS CUARENTA Y SEIS







Lo que realmente me seduce del contacto con la naturaleza es que carece de tontería.
Pongo verdadero empeño en deshacerme de esos pegotes carentes de sentido, que están adheridos a lo más profundo de mi ser casi desde que nací y por más que lo intento no consigo deshacerme de ellos.

Son los conceptos, los prejuicios, los juicios, todo lo relativo a lo que me enseñaron en el colegio, en casa de mis padres, lo que veo en la televisión, en las películas, lo que era pecado y cuando hablaban con desprecio de los rojos, de los comunistas, de los republicanos y más cosas de las que prefiero no acordarme.

En la lengua vernácula de Bilbao le llamarían galipó, que es equivalente a alquitrán.
A ver quien es el guapo capaz de quitar una mancha de galipó, por más que se empeñe.
Más vale tirar la prenda a la basura, pero yo no tengo intención de tirarme a la basura así que seguiré intentando librarme de la tontería.

La compañía de mis plantas que con el calor de estos días y con mis cuidados se han puesto preciosas, me enseñan a vivir en ese estado de paz, armonía y belleza, siguiendo el curso de la naturaleza y con santa paciencia, dejando que pasen las estaciones sin quejarse, aceptando lo que viene.
Son un ejemplo para mí.
Podrían vanagloriarse de su belleza y fortaleza, además de reproducirse alegremente y de ayudar a las abejas a polinizar, no obstante, posan tan tranquilas mientras les saco fotos y no cambian su comportamiento a pesar de los piropos que reciben y la importancia que saben que tienen para mí.










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