viernes, 8 de junio de 2018

DOS MIL DOSCIENTOS CUARENTA Y CUATRO







Es asombroso cómo, cada día que pasa, sin hacer nada que salga de mi rutina, voy notando el efecto que estar en contacto con la naturaleza, opera en mi.
No solo ya los paseos que doy en los bosques de Maruri, o los ratos que paso mimando a mis plantas, sino que cuando menos lo espero, viene a mi encuentro algo que me toca el corazón.
Ayer, por ejemplo, escuchando radio Euskadi, Roge Blasco hizo una entrevista a un chico que había acompañado a un pastor en la trashumancia de su rebaño, desde Huesca hasta los Pirineos.

Como todos los años, al llegar el invierno, la nieve impide que puedan comer la hierba en el Pirineo, por lo que se lleva a sus más de dos mil ovejas, varias cabras y algunos machos cabríos, por el camino ancestral que el rebaño memorizó la primera vez que lo hizo, hasta los pastos del gentilicio Oscense, en donde tienen comida durante todo el invierno y además ayudan a que se limpie el terreno e impida los incendios.

Son ocho días de caminata, durmiendo al aire libre y sin cobijo para la lluvia o el frío.
Al pastor y a su ayudante no les importa, tal es la satisfacción que les produce dejar de lado sus preocupaciones y tener solo una meta: que el ganado llegue sano al lugar de destino.

Mientras el acompañante del pastor hablaba de su experiencia, no era la primera vez que lo hacía, yo notaba esa sensación que me produce el contacto con la naturaleza.




Cuando vivía con mis padres, veraneábamos en Santurce y teníamos huerta, árboles frutales y gallinas.
Pasaba tiempo en el jardín, pero sobre todo, la vida que hacíamos estaba más centrada en el Alín II, que era nuestro balandro, al que íbamos todos los días bien para bañarnos, pescar o navegar.

Para mi, era más normal tirarme al agua en alta mar que adentrarme en un bosque salvaje.

Hoy en día me parece mentira que nuestro padre nos permitiera bañarnos en lugares donde no sabíamos qué peces habría.
A veces saltaban unos peces muy grandes cuyo nombre no recuerdo pero nadie les daba importancia.
Nunca tuvimos miedo.


Faltaba mucho tiempo para que la película “Tiburón” nos despertara.






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