sábado, 9 de junio de 2018

DOS MIL DOSCIENTOS CUARENTA Y CINCO







A pesar de que escribo todos los días y publico mis textos en un blog que también lo paso a Facebook, a Google y a Twiter, ni por un momento se me ocurre considerarme escritora stricto sensu.
También leo todos los días, lo cual no significa que me considere una gran lectora.
El motivo en el que me baso para discernir entre ser una diletante es que sí me considero pintora, a pesar de que nunca he sido capaz de vivir de mi trabajo como tal, ni siquiera cuando era profesora.
Considero que el hecho de haber estudiado Bella Artes y tener un CV en el que se ve que he expuesto tanto en Europa como en Estados Unidos y Australia, me proporciona la suficiente seguridad para decir que sé de qué se trata la pintura.

Es muy difícil vivir del arte.
Y frustrante cuando se le ha dedicado toda la vida y no te devuelve nada, excepto esas palabras que ni siquiera llegaré a saber si han sido verdaderas a pesar de que me las hayan dicho mis propios profesores:

¡que bien pintas!

Pero eso se demuestra con hechos y a pesar de que ha habido temporadas en las que he vendido bastante, nunca he tenido la suficiente seguridad en mí misma como para creer que pintaba bien.

Ahora estoy más contenta.
No pretendo nada, excepto conservar mi paz interior.

La primera vez que fui a Kathmandú estaba yo sola y me dediqué a visitar esotéricos importantes.
Me dijeron cosas interesantes, aunque soy tan desconfiada que ni siquiera sé si les puedo creer.

Un indio muy guapo y elegante que leía las rayas de las manos y reconozco que sabía más de mí que yo misma, en seguida se dio cuenta de que era una pintora sin éxito y me dijo con un aplomo que no dejaba lugar a dudas, que tanto el éxito como el fracaso estaban supeditados a la conjunción de los planetas.

Me hizo saber que por mucho que lo intentara, no dependía de mí.
Intenté creerle y seguí pintando, hasta que me rompí la pierna y se me quitaron las ganas de moverme.
Pintar exige mucho trajín, llevar peso, moverse, ir de aquí para allá, estar de pie y sobre todo hacer exposiciones, que es lo más duro de esa profesión.

Ahora vivo tranquila, sentada delante del ordenador y después de comer, descanso leyendo un libro a poder ser de poemas y echo una siesta encantadora dando gracias al cielo por disfrutar de una vida tan placentera.









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