viernes, 15 de junio de 2018

DOS MIL DOSCIENTOS CUARENTA Y NUEVE







No me resulta difícil notar el cambio de frecuencia en mi vida.
Todo va tan deprisa que me asusta.
Veo que no soy la única.
Nunca había visto que las cosas de la política se desarrollaran a una velocidad vertiginosa.

Me viene a la cabeza aquella frase que contaba Pérez Galdós en sus Episodios Nacionales,  atribuida a Fernando VII, a quien su ayudante le estaba ayudando a vestirse y cometía errores porque le notaba muy nervioso, por lo que el rey le espetó:

Vísteme despacio que tengo prisa.

También cuentan que el emperador romano Augusto decía a sus ayudantes:

Caminad lentamente si queréis llegar más pronto a un trabajo bien hecho.

Yo intento ir despacio por la vida y comprometerme lo menos posible, aún así a veces me dejo llevar por la corriente y suelo salir mal parada, o sea que, sencillamente me caigo y las caídas no son buenas.

He tomado la determinación de salir de casa cinco minutos antes de lo que hasta ahora consideraba necesario para seguir siendo puntual, ya que es una de las pocas virtudes heredadas de mi familia que conservo con orgullo.
No quisiera perderla, considero que la puntualidad es sinónimos de respeto.

He perdido mucho tiempo esperando a personas impuntuales.

La vida es corta, los días también, no da tiempo para hacer demasiadas cosas.
Lo más importante es tener claras las prioridades, así tengo la seguridad de quedarme tranquila cuando me voy a la cama por la noche.

Es posible que haya dejado algo en el tintero pero no lo primordial.









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