viernes, 22 de junio de 2018

DOS MIL DOSCIENTOS CINCUENTA Y CINCO







Charlaba ayer con mi hijo pequeño sobre la importancia de los idiomas, que yo he abandonado para dedicarme solo al castellano, mientras él se consagra en cuerpo y alma al alemán con el que está entusiasmado, ya que le gustaría estudiar el idealismo alemán.

Le comenté que mis autores españoles favoritos recomiendan leer a los clásicos.
Él respondió:

Le estoy leyendo a Odita “La República” de Platón.

¿Le interesa?

No sé, pero se duerme en cuanto empiezo.

Por otro lado mantuve una conversación con Jaime que se empeñó en cantar las glorias de Pérez Reverte, que no es santo de mi devoción.
Insistió en defenderle diciendo que es académico de la RAE*.

No podía concentrarme en mis asuntos porque me parecía que esa conversación no se había rematado, por lo que di unos golpecitos en la puerta de su cuarto y dijo:

Si, pasa.

No necesité pasar.
Desde la puerta abierta, le dije:

Lo que quería decirte es que no siento respeto por Pérez Reverte, no tengo nada contra él, pero no me gusta su modo.

Yo no te digo que me gusten sus libros, no los leo, pero me gustan sus artículos.

Me quedé más tranquila.
Sé que no es fácil hablar de literatura con cualquiera.
Incluso Herman Hesse, a quien adoro, no es para todos los públicos.

Yo me enamoré de tal manera cuando siendo joven leí Shidarta, que seguí con toda su obra, un libro detrás de otro, entusiasmada con la profundidad de sus textos, ya que hasta entonces casi todo lo que leía eran obras francesas, que llenaron mi cabeza de pájaros.

Pájaros de mil colores y trinos encantadores, que encaminaron mi juventud hacia el amor, como única salida a una adolescencia reprimida en internados religiosos.


*Real Academia de la Lengua Española








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