martes, 26 de junio de 2018

DOS MIL DOSCIENTOS CINCUENTA Y NUEVE






Necesito vacaciones.
Me refiero a no tener nada que hacer.
De momento ya he retrasado todas las citas con los médicos para la semana que viene y le he dicho a la profesora de Pilates que durante el mes de julio no voy a ir, agosto se da por hecho.
Me gustaría no ir a los médicos pero no me atrevo, estoy fuerte, pero no tanto.

No sé si estoy cansada o me he vuelto vaga.
Duermo como un lirón y a pesar de que me levanto tarde, me quedaría en la cama muy a gusto.
No obstante no quiero abandonarme.

Mis hijos no paran, casi no les veo, salen, entran, se cambian de ropa, vuelven.
Morenos, contentos, deprisa, parece que les persiguen, siempre tienen planes, me recuerdan a cuando yo era joven que no podía parar, necesitaba salir, estar con gente, novedades.

Ahora mi mayor felicidad consiste en estar en casa tranquilamente.
Todavía no he preparado las cosas de verano, los bikinis, las cremas, las toallas, las pamelas y viseras, poco a poco.

Recuerdo que Maria Luz, la madre de Carlos mi exmarido, iba a la playa todos los días hasta que se hizo muy mayor, incluso a Biarritz, tenía un humor excelente.

Y yo aquí, delante del ordenador, mirando a la terraza, viendo cómo se acercan las mariposas a visitar mis plantas.






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