domingo, 17 de junio de 2018

DOS MIL DOSCIENTOS CINCUENTA Y UNO








Mi hermano mayor que vive en Madrid desde hace mucho tiempo, ha organizado una fiesta para todos los descendientes de Leonor Moyúa Maiz, que era mi madre.

En general, tanto él como su esposa y a veces sus hijos vienen a Bilbao y nos vemos, por lo que no nos olvidamos.
Tal vez yo sea la que menos me comunico con ellos porque mis otros hermanos, creo que tienen casas en Madrid y van a menudo.
Yo también, pero solo paso una noche en el One Shot Prado y vuelvo a Bilbao.

He notado que no le hacía gracia que no fuera, la cuesta entender que no me encuentro bien, que prefiero estar en casa y por encima de todo no tengo ganas de fiesta.
La vida social, incluida la familiar, requiere un esfuerzo excesivo.
De momento con acudir a los asuntos imprescindibles me basta.

Mi familia es tan numerosa que en la foto que me han mandado de todos juntos, he visto personas que no conozco, supongo que serán los nuevos compañeros de mis sobrinos nietos.

Desde que murió mi madre, no todos se casan.
Han perdido el miedo o respeto que casi todos le teníamos, yo incluida.
Cuando mi hijo el pequeño me dijo que iba a tener un hijo, en vez de decírselo con claridad, le conté que se había casado en Suecia.
Una boda muy discreta, ni siquiera hicieron fotos.
Tuve la sensación de que no se lo creyó, pero lo aceptó y me dio mil euros como regalo.
A los que se casaban formalmente les regalaba una cubertería de plata o de alpaca, no lo sé, de esas que no se pueden meter en el lavavajillas.

Cuando nació la niña se lo conté y fuimos todos a su casa.
A Odita le puse un faldón que me regaló mi vecina, lo hizo ella misma al estilo de Getxo.
Desde que nació la vistieron con camisetas de rayas al estilo sueco.
Quise normalizar las cosas.

Respecto a la fiesta, espero que Beatriz y Jaime me expliquen algo.
Me ha sorprendido que, excepto mis tres hermanos que son un poco mayores que yo, los demás, es decir, mis sobrinos, sus esposas y los hijos de estos, me han parecido todos de la misma edad.

La verdad es que yo no soy buena para adivinar las edades, tengo la sensación de que la gente a la que veo todos los días, no cambia.

Yo tengo setenta y dos años.
Un taxista en Madrid, sin preguntarle yo nada, calculó que yo tendría setenta y cinco años por lo menos.

Eso me pasa por ser amable.









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