jueves, 14 de junio de 2018

DOS MIL DOSCIENTOS CUARENTA Y OCHO







Impresionada por lo que dan de sí veinticuatro horas en Madrid.
Parece mentira.

Al llegar a casa, oí que Jaime andaba por ahí y a pesar de que le dije hola, no vino a verme y me pareció tan raro que no me saludara al volver de un viaje, que le dije:

Jaime, por favor, dame un beso, que ya estoy aquí.

Pero si ayer estuve contigo, para mí es como si no hubieras salido de casa.

Pues a mi me parece que he estado fuera una eternidad.

Supongo que Einstein tendrá algo que ver con estas cosas que pasan.
Para el que se va, el tiempo da mucho de sí, mientras que para el que se queda, parece que ha sido un día más.

Cuando estoy en Madrid hablo con los taxistas o más bien, ellos hablan conmigo.
Algunos, los más interesantes, están orgullosos de Madrid y me cuentan su historia como si la supieran.
Cuando intento comprobar en internet la veracidad de lo que me han explicado voy recordando lo que estudiaba en el colegio sobre los Austrias y los Borbones, a los que conozco por la cantidad de retratos que les hicieron los mejores pintores de la época.


Mi hotel está al lado del Ateneo y el martes, al salir para la cita con el doctor, había mucho ajetreo, por lo que pregunté el motivo y me dijeron que iban a hablar sobre la importancia de los medios de comunicación en la violencia de género.

Un tema realmente importante, pero no me quedaba más remedio que ocuparme de mis asuntos, a pesar de que me hubiera gustado asistir.








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