lunes, 25 de junio de 2018

DOS MIL DOSCIENTOS CINCUENTA Y OCHO







Ayer tuve un día de altibajos, del que espero acordarme para que no se repita.
Tenía un evento en Bilbao y se me ocurrió llamarle a una amiga, Virginia que sabía que iría, para ofrecerle llevarla en mi coche.
Aceptó encantada y antes de terminar la conversación, se le ocurrió que tal vez sería mejor que fuéramos las dos en su coche, siempre que volviéramos en cuanto terminase el plan, porque ella quería sacar fotos de la puesta del sol en Sopelana.
Me pareció bien.
No recordé que es una mujer que no tiene sentido del tiempo y que cuando la conocí, presumía de no tener reloj.
Éramos muy amigas.
La tuve como profesora de informática.
Todas las tardes de cinco a siete.
Solía llegar tarde, muy tarde, a lo mejor a las seis, por lo que yo me ponía nerviosa y ya no podía hacer nada a partir de las ocho, ya que ella cumplía sus dos horas o más incluso, si era necesario.
Aquella época de mi vida fue horrorosa.
Yo lo aguantaba pero me ponía enferma.

Total que ayer, después del evento al volver a Getxo nos ofreció, a Rosa, la que no tiene espinas no, otra, que vino con nosotras y a mí, que fuéramos con ella a sacar las fotos de la puesta de sol.

Ya tenía calculada la hora, sería a las 21:46.
Ambas accedimos encantadas.
Nos sentamos en el maravilloso bar “El Peñón”.
Todavía era de día, creo que ayer fue el día más largo del año.
Solo teníamos que esperar a que bajara el sol mientras tomábamos algo charlando alegremente en un lugar precioso.

Nunca he visto el famoso rayo verde a pesar de que lo he intentado en numerosas ocasiones.

Hacia las 21:45, Virginia se levantó sin decir nada y desapareció con su Nikon y su trípode.
Rosa y yo permanecimos sentadas, mientras contemplábamos cómo el sol bajaba cada vez más deprisa.
Llegado el momento en el que la bola naranja casi toca el agua, nos levantamos con nuestros móviles y nos colocamos en un lugar perfecto, justo enfrente del extraordinario momento.
La gente callaba extasiada ante tanta belleza.
Yo saqué muchísimas fotos, todas muy parecidas y cuando el sol se metió, no vi el famoso rayo verde.
Rosa, que sí lo había visto en otras ocasiones, me dijo que era imprescindible que el cielo estuviera limpio, sin una sola nube.
No importa.
Todo estaba precioso y el crepúsculo fue todavía más glorioso.

Rosa y yo volvimos a la mesa con intención de marcharnos.
Virginia no había llegado.
Tal vez habría bajado a la playa para hacer las fotos más cerca.
Ya estaba de noche y en la playa había alguna figura pero ninguna correspondía a ella.

Esperamos, esperamos, esperamos y llegó un momento en que empezó a refrescar.
Yo había dejado mi chaleco en el coche de Virginia y quería ir a mi casa.
Le dije a Rosa:

Vámonos.

Rosa accedió, tampoco se encontraba bien, había tomado unas patatas fritas y le habían sentado mal.

¿Cómo vamos a ir?

A dedo, mucha gente irá a Getxo.

Justo cuando llegábamos al parking, vimos a Virginia que nos contó encantada, que había subido al monte para hacer fotos desde una perspectiva diferente.

Se disculpó y volvimos a casa tan contentas.
Yo solo dije:

Una y no más.






No hay comentarios:

Publicar un comentario