sábado, 25 de julio de 2020

CUATRO MIL SETENTA Y SIETE











Ayer me olvidé de escribir el diario.
Tendré que dejar de preocuparme por los olvidos que tengo, los aceptaré y si recupero la memoria, bien y si no, no me quedará más remedio que plantearme dejar de tomar el Zaldiac que me quita el dolor de rodilla así como el buen funcionamiento de la cabeza.
Creo que necesito tener bastante más paciencia de la que tengo, ese debe ser mi trabajo actual, desarrollarla día a día.
También me extraña haberme olvidado de escribir el diario porque durante todo el día estuve dando vueltas al tema que quería tratar que es algo que nunca se me había ocurrido.
Cuando no soy consciente de que no sé algo que me vendría muy bien, es imposible que sienta la necesidad de buscarlo o de tratar de aprenderlo y puedo vivir en la ignorancia durante siglos sin que ni siquiera se me ocurra preguntarme qué es lo que echo de menos porque a lo mejor ni siquiera me doy cuenta de que me falta algo que me haría muy feliz.
Eso es exactamente lo que me pasaba antes de reconocer a Prem Rawat como mi maestro.
Durante nueve años Pizca Riviére me hablaba constantemente de él y yo no entendía nada de lo que me decía, no veía en mí la necesidad de tener un maestro, era inútil por más que ella se empeñaba en hablarme de ese tema, era como si me hablara en un idioma que yo desconocía.
Ahora que sé de qué se trata y que llevo casi cuarenta años escuchándole y tratando de poner en práctica lo que me enseña, me doy cuenta de que era muy difícil traspasar ese umbral que me llevaba de no saber nada a saber lo que está más allá de lo conocido.
Me tranquiliza sobremanera moverme en este terreno tan importante que trata de la paz interior en el que ya estoy organizada.
Solo me falta estar ahí cada día, tengo las herramientas, solo necesito utilizarlas.
Me hace muy feliz sentir la protección que me da el conocimiento.



















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