miércoles, 29 de julio de 2020

CUATRO MIL SETENTA Y NUEVE










Hice bien al decirle a Jorge Calvo que iba a ver la película de Chavela.
Jorge publicó en Facebook que le había encantado o fascinado o algo por el estilo y me fié de él por lo que por la tarde, cuando terminé con mis asuntos, en ese momento en el que me apetece descansar y me consta que merezco algo bueno, puse el documental que está en Netflix y disfruté más de dos horas contemplando extasiada la vida de esa extraordinaria mujer y alabando a los que han hecho la espléndida producción.
Todo es una obra de arte, empezando por la biografía de la protagonista y el gran trabajo de los colaboradores, Chavela es un hito en la historia de la mujer mejicana.
Recordé el impacto que Méjico produjo en mí cuando lo conocí, hace muchos años y cuánto aprendí de esa gente tan tranquila que respetaba su pausado ritmo como si no existiera nada más importante en todo el planeta.
También me vino a la cabeza que no soy la única persona que se queda impresionada ante semejante mega ciudad en todos los sentidos.
Dalí estuvo allí y prometió no volver jamás.
Comentó:

De ninguna manera volveré a México. No soporto estar en un país que es más surrealista que mis pinturas (sic)

André Breton,  fundador  del movimiento surrealista, también opinaría algo similar en su visita de 1938, diciendo que México era realmente  "un país surrealista".

Me costó doblegarme al ritmo mejicano porque yo quería que todo fuera rápido y los mejicanos no conocen la prisa y tampoco les gusta, solo he visto enfadado a un mejicano cuando le presioné para que fuera más deprisa, me riñó y no solo me calmé, sino que además, aprendí.
Fue en aquel momento, lo puedo visualizar como si fuera ayer, en Mérida, en el estado de Yucatán cuando penetró en mí el espíritu mejicano, antes de haber recorrido las ruinas mayas de Chichén Itzá y de haber visto en un escaparate de una tienda de souvenirs unas cuantas cucarachas vivas vestidas con trajecitos de ballet.
En ese momento empezó mi atracción hacía Méjico y toda su cultura. 
Más tarde tuve la suerte de conocer a una chica mejicana que se auto denominaba defectuosa por ser del DF, fotógrafa que vivía en Los Ángeles y con la que coincidí en varias ocasiones, de quien guardo un magnífico recuerdo, no solo de su talento sino de su simpatía, generosidad y buen saber hacer culinario.
Aprendí mucho con ella.
Ella me enseñó a apreciar la placita Olmera en Los Ángeles y me explicó la historia y me enseñó a comer cactus y muchas cosas bonitas que solo los mejicanos conocen.
No me hubiera resultado tan fácil vivir en Los Ángeles si no hubiera sido por la cantidad de mejicanos cálidos que contrarrestan la frialdad de los americanos.









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