miércoles, 1 de julio de 2020

CUATRO MIL CINCUENTA Y CINCO










Es difícil crecer y madurar, controlar el ego y las pasiones.
No obstante y a pesar de que lo intento, caigo y tropiezo en la misma piedra una y otra vez, me levanto y como diría Oteiza, Androcanto y sigo.
Lo bueno de la convivencia es que tengo la oportunidad de aprender, porque las personas somos diferentes y cuando nos conocemos adquirimos una confianza que puede llevarnos a perder el respeto a los que queremos.
Querer y respetar son cosas diferentes.
Siento respeto cuando veo el esfuerzo que hace la gente para superar sus defectos, sus adicciones y lo que no les gusta de sí mismos.
Recuerdo la película "Drugstore Cowboy" en la que se veía de refilón a William Burroughs en un programa de reinserción en el que barría y fue maravilloso lo que sentí en aquel momento.
Recordé lo que dice Prem Rawat:

La dignidad está en el esfuerzo

Si yo fuera capaz de controlarme cada vez que siento ganas de dejarme llevar por los nervios, la ira o el ego, me sentiría mucho más contenta conmigo misma, lo sé por experiencia, enseguida me calmo y siento una paz encantadora que me consta que está siempre dentro de mí, a la que tengo acceso solamente haciendo ese pequeño esfuerzo que tanto me cuesta.
Parece mentira que habiendo vivido tantos años en este planeta, todavía no haya conseguido superar los primeros peldaños de la escalera del control de mis pasiones.
Confío en la práctica, espero que una y otra vez, día a día pueda llegar a superar esos escalones que me resultan tan difíciles por un lado y tan infantiles al mismo tiempo.
Casi me siento ridícula.
Poco a poco me voy conociendo y soy consciente de que hago pequeños progresos, pero sigo cayendo aunque tal vez reacciono antes ante el malestar que me crea la conciencia de verme tan inmadura.
Tengo a mi favor que la vida en si misma es mi profesora de tesis doctoral.
Tengo todo a mi favor.









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