domingo, 5 de julio de 2020

CUATRO MIL CINCUENTA Y NUEVE









Creo que ya os hablé de mi amiga Myriam que se quedó a vivir en Los Ángeles cuando yo volví a España.
Ella se ha integrado de tal manera que parece una californiana, se pasea en su Lexus y se maneja en inglés mejor que los americanos, no se le pone nada por delante.
Ahora está más conservadora que sus amigas, dice que ellas se han soltado la melena como si ya ni hubiera peligro con el Covid 19 y me dice que sigue tomando precauciones, en eso somos parecidas.
Me encanta las cosas que me cuenta sobre las reacciones de los americanos ante los cambios que se presentan.
Han aceptado el futuro que se avecina como si ya fuera el presente.
Ejemplo:
Un carnicero de Texas se encontró con muchos kilos de carne imposibles de vender.
Inmediatamente los cocinó y los repartía a domicilio, por lo que está ganando muchísimo dinero.
Otro tenía un camión de esos que se estilan en USA que venden comida pero le prohibieron estar más de una hora en el sitio donde estaba siempre al que acudían sus clientes.
Reacción:
Pasada una hora se iba a una localidad diferente, lo anunciaba en las redes y allí ya estaban esperándole, seguía vendiendo y está ganando mucho más dinero que antes.
Acción_Reacción.
Me encanta esa facilidad que tienen los americanos para facilitar las cosas, no tienen miedo a nada, para ellos hacer dinero es fácil, solo se trata de trabajar un poco más, no se les plantea la idea de no tener trabajo.
Cuando yo fui a Los Ángeles para siete semanas y me quedé tras años fui con mi hijo pequeño.
Nos instalamos en un hostal que me habían recomendado que no me gustaba demasiado, sobre todo cuando descubrimos que muy cerquita había uno con mucho encanto al que fuimos a desayunar.
Pregunté los precios y era excesivamente caro para mi presupuesto, así que como había llevado mi portafolio, se me ocurrió ofrecerles un dibujo a la cera del hostal a cambio de rebajar el precio y el dueño que tenía un Rolls rojo aparcado delante de la puerta, accedió por lo que nos trasladamos y me compré un Ford Granada del 79, típico americano muy grande pero no importaba porque no había problema para aparcar.
Es difícil vivir allí sin coche, los autobuses son escasos, las distancias largas y los coches muy baratos.
Pronto me di cuenta de que era demasiado feliz allí como para volver a mi casa por lo que decidí quedarme.
Se lo propuse a Mattin y él decidió volver.
Yo me alquilé una mobile home en un jardín con playa privada en donde estuve muy a gusto hasta que me sentí con agallas para compartir casa con los que fueron mis room mates hasta que terminé el proyecto que me había llevado a Los Ángeles.








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