viernes, 6 de enero de 2017

CIENTO CINCUENTA







Debido a que no quiero que pase un solo día sin escribir mi diario, no solo por mi compromiso conmigo misma, sino también por respeto a mis seguidores, a pesar de que estoy cansada y me he torcido el pie, por lo que he terminado en Urgencias de Las Arenas, me siento ante el ordenador y con alegría me dispongo a contar un poquito más de mi vida.

En cuanto me creo que ya estoy bien y que he alcanzado el séptimo cielo, me crezco y enseguida viene Paco con la rebaja y me pasa algo que me hace parar en seco.
Lo considero una ayuda del cielo.
Empecé rompiéndome la pierna y ahora que ya me conozco un poco más, me pasan cosas menores, pero que también me obligan a parar.
Hielo en el pie, descanso total y andar lo menos posible.


Hasta tal punto me sentía fuerte que doblé el tiempo de la clase de natación.
Una hora en vez de media.


Tengo tal ansia de conocimiento, que estoy dispuesta a aprender a partir de las dificultades, aunque preferiría usar un poco más mi paciencia y buscarme menos problemas.

De lo que estoy segura es de que se practica mejor yendo despacio que a la carrera y a trompicones como yo, mas una cosa es saberlo y otra ponerlo en práctica.




Hoy he pasado un día estupendo.
He ido con Pizca a Bercedo.
Hemos ido buscar a Rosa sin espinas y a comer a Villarcayo.
Ha sido al salir del restaurante cuando, al no darme cuenta de que había un escalón, me he torcido el pie y gracias a que en ese momento entraba un chico en el que me he apoyado, no me he caído.
Me dolía muchísimo y el chico me decía:

Puede apoyarse todo el tiempo que quiera, señora.

Yo le daba las gracias.

Él insistía en que podía seguir apoyandome pero que tal vez estuviera mejor sentada.

Me he dado cuenta de que era verdad, de que el chico tenía razón.
Así que me han traído una silla y es ahí donde me han encontrado mis amigas.


La médico que me ha atendido me ha recomendado que me busque amigas que sepan conducir.
No le ha gustado la idea de que haya venido conduciendo desde tan lejos y eso que no le he contado que nos hemos perdido un poco y hemos aparecido en Cantabria, desde donde he sacado fotos a unas montañas que estaban preciosas con la luz rosada del anochecer.
Estábamos a 820 metros de altura y el aire que se respiraba era tan puro, que se notaba en los pulmones.
Al descender, a Pizca se le han cerrado los oídos, y no oía nada excepto su propia voz.
¡Que saludable resulta ir al monte de vez en cuando!


Y estar con buenas amigas debía de ser una obligación, es lo mejor que existe.




No hay comentarios:

Publicar un comentario