jueves, 12 de enero de 2017

CIENTO CINCUENTA Y SEIS







La idea de ir a la piscina y ponerme el traje de baño, me asusta una y otra vez.
Solo porque me obligo, soy capaz de hacerlo.
Sé por experiencia, que luego no solo no lo paso mal sino que incluso disfruto y al salir me encuentro como una rosa de pitiminí, no obstante, saber que a las 19:30 tengo que estar allí, hace que los jueves resulten difíciles.

Tengo bien aprendido que es en las pequeñas acciones, en las que es necesario utilizar la fuerza de voluntad y así crear un hábito.




Mi madre tenía tanta fuerza de voluntad que ni siquiera se planteaba si lo que tenía que hacer le apetecía o no.
Simplemente lo hacía.
Casi no le entraba en la cabeza que existiera la pereza.
Tuvo tantas responsabilidades desde muy joven, que consiguió que su fuerza de voluntad afianzara de tal manera que no se permitía la duda.





He llegado a la piscina antes de tiempo y me he ido al jacuzzi.
Había un chico al que se le veía relajado, no obstante al ver que me costaba dar los pasos para meterme, porque todavía me duele el pie que me torcí hace poco, se ha ofrecido a ayudarme.

Gracias pero tengo que aprender a hacerlo yo sola.

Como ya habíamos entablado una conversación, hemos seguido hablando de sus operaciones de rodilla y de sus deportes favoritos.
De repente, ha dicho que tenía que irse a trabajar.

¿A estas horas?

Si, soy cocinero.

Entonces ha venido otro chico y como yo ya estaba dicharachera, he intentado seguir conversando con él y le he dicho hola.
Me ha contestado con un gesto que no se sabía lo que significaba y al darse cuenta de que no le había entendido, con una medio sonrisa, me ha hecho saber que era sordo.


Luego he tomado mi clase y he salido encantada de la vida.







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