sábado, 7 de enero de 2017

CIENTO CINCUENTA Y UNO







Me levanto antes de lo habitual y con la bandeja de mi desayuno, que consiste en una sopa de miso y una crema de arroz integral con tamari y gomasio, enciendo la tele y me dispongo a ver algo que me entretenga mientras como.
Aparece Mercedes Milá en un programa de libros que ella misma dirige y consiste en que personas que leen, recomienden un libro y rechacen otro.
Tiene alguna relación con el programa de Dragó, pero éste es ligero y todo va rápido.
Nadie se extiende en desmenuzar los libros.
Sin embargo no está mal, porque se ve que la gente que lee, sabe distinguir entre lo que es bueno y viceversa.
Uno de los libros del que han hablado y que a mi también me gustó es “Martes con mi viejo profesor” de Mitch Albom, que leí en su día con auténtico placer, hasta tal punto que se lo llevé a mi madre, que era más bien difícil y la encantó.
Me atrevo a afirmar que era difícil porque cuando le llevé “la montaña mágica” de Thomas Mann, me dijo que no le había interesado.
Me sorprendió, ya que a mi me parece uno de los libros que recuerdo con especial cariño.



Dado que estoy sumergida en la escritura de mi propio diario, mi profesor de escritura me suele sugerir libros de diaristas, porque sabe que es lo que me apetece leer y además me sirve para aprender.

Ya he leído algunos que me han gustado y ahora no sé si meterme con “Diario de un hombre pálido” de Juan Gracia Armendáriz, en el que cuenta el periodo en el que estuvo sometido a una vida de enfermo, esperando un trasplante de riñón.
No sé si me apetece.
Tengo demasiado reciente la etapa anterior a la actual, en la que me hicieron tantas operaciones y lo pasé tan mal, que casi prefiero que me hablen de cosas bonitas.
La enfermedad es un asunto serio, del que se puede aprender muchas cosas, sobre todo a ser humilde y a apreciar la vida en toda su grandeza.
Es un tema interesante, no lo niego, pero casi prefiero seguir con Pániker o Trapiello.


Ayer vi un texto de Carmen Posadas en el que contaba que había leído un tocho de 800 páginas, en el que se hablaba de Lenin y Stalin y de todas las barbaridades que hicieron cuando llegaron al poder, juntos o separados, ya no me acuerdo, porque me afectó tanto que me dolía al corazón.
Sentí que prefiero leer los libros de santos que me regalaba mi abuelo cuando era pequeña, que los de tiranos que han dedicado su vida a hacer el mal.


Me inclino por leer a Li Po que me pone de buen humor hasta cuando habla de su tristeza:


El otoño en la ciudad de Pa-Ling

Temprano en la mañana, vago por las orillas del lago Tongting,
paseo mis miradas y ningún obstáculo se interpone en el
horizonte.
El lago extiende su agua tranquila y límpida:
es un verdadero paisaje de otoño
y su aspecto es glacial y melancólico.




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