viernes, 27 de enero de 2017

CIENTO SETENTA Y UNO







Parece un milagro, cómo la vida va marcando los pasos que tengo que dar para madurar y ser responsable de mis acciones.
¿Quien me iba a decir que un día dejaría de pintar para ponerme a escribir?
¿Que nada me puede apetecer menos que pintar?

Durante muchos años he creído que pintar era una parte fundamental de mi vida, a pesar de que me daba cuenta de que no tenía éxito.
Aún así yo insistía, hacía exposiciones y me metía en unos berenjenales tremendos, ya que incluso cuando me invitaron a exponer en Australia, accedí y tuve problemas con la aduana y me recuerdo llorando en mi coche, porque no me querían devolver los cuadros.
Lo peor fue cuando expuse en Berlín, no quiero acordarme, lo pasé mal de verdad.

El único sitio donde me fueron bien las cosas y gané dinero, fue la época que expuse en Madrid, pero también terminó como el rosario de la aurora.

Así que cuando me rompí la pierna, tomé la decisión de que ya no tenía salud, ni ganas de pintar.



Me encontré con el profesor de escritura cuando iba con mis muletas por la Gran Vía de Bilbao y pronto empecé a acudir a sus clases.
Desde el principio me sentí en mi elemento.
Poco a poco iba recordando hasta qué punto me había interesado la palabra.
Adoro mi lengua vernácula y doy gran importancia a conocerla en profundidad.
No aspiro a manejar veinte mil palabras como los grandes escritores, ni siquiera diez mil, lo que deseo de verdad, aunque mi vocabulario sea tan corto como lo fue mi paleta, es utilizar cada palabra de manera correcta.
Conjugar los verbos irregulares, no hacer faltas de ortografía y a pesar de que en mi diario no tengo demasiadas oportunidades, me gustaría usar el estilo indirecto libre.

Al principio solo escribía textos cortos y fue entonces cuando me di cuenta de lo verde que estaba, así que me puse a estudiar gramática y al cabo de un año, decidí escribir una novela y luego otra, de las que no me siento demasiado orgullosa.


En realidad lo mío es el diarismo.
¿Para qué voy a inventar personajes e historietas si la realidad supera a la ficción?
He tenido una vida tan intensa, que por más que me estruje el cerebro, difícilmente podré imaginar algo más dramático.

De hecho, en el último texto que leí en la clase y conté que le habían matado a mi hermano Jose Manuel de un tiro en la espalda, cuando mis compañeros se quedaban boquiabiertos, yo pensaba:

¡Si supierais que treinta años antes, mi hermano Carlos también murió de un tiro en la cabeza!.

No dije nada porque me parecía excesivo.
Presumir de las tragedias que ha habido en mi familia sería una desmesura.







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