domingo, 8 de enero de 2017

CIENTO CIENCUENTA Y DOS








Me impresiona de manera especial que una persona se suicide.
Me acaban de comunicar que una chica a la que tenía gran simpatía, a pesar de no conocerla demasiado, se ha tirado desde el puente de la Salve.
Sus padres la repudiaron hace tiempo, al enterarse de que era lesbiana.
Se hacía llamar Isa la Troska.
Era simpática y guerrera, siempre luchando por causas perdidas y sacando a la luz las injusticias.
No sé mucho más.
Vivía con su pareja en un pueblo de la costa y parecía contenta.


Es la segunda persona cercana que se tira desde el puente de la Salve.
El primero era un músico extraordinario, gran ser humano, al que no le gustaba hablar de sus problemas.
Yo estaba en el hospital de Cruces cuando me enteré y me afectó bastante.



Me quedo sin palabras.




La gente que se muere a mi alrededor, mucha, me hace ser cada día más consciente de lo maravillosa que es la vida.

Me alegro de haber hecho testamento vital.
Por lo menos evitaré tener un final doloroso, presumo.

Solo una vez en mi vida he deseado la muerte.
Sucedió hace unos años, cuando estaba inmovilizada con el fémur y la clavícula rotos, además de otras enfermedades relacionadas con la vejiga.
Me encontraba tan mal, con dolor, sin dormir y con otros síntomas que prefiero no recordar, que tuve una especie de deseo que se me coló sin buscarlo:

“Si muriera, me quitaría un peso de encima”.

Sabía que mis problemas no eran de vida o muerte sino de tiempo y operaciones, así que ni siquiera tenía ese consuelo.


Entiendo que hay momentos en la vida en que parece imposible que puedan superarse.
Es difícil salir de una depresión profunda.

Si los psiquiatras supieran que el amor cura más que las pastillas, otro gallo cantaría.

Me pareció maravilloso el libro de Guillermo Borja “La Locura Lo Cura”.
Altamente recomendable.





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