lunes, 23 de enero de 2017

CIENTO SESENTA Y SIETE







Cuando el National Geographic me invitó a enviar mis fotos, uno de los requisitos fundamentales es que no las editara, que querían mostrar el mundo como es.
Justo hacía poco tiempo que había descubierto la manera de cambiar la luz, el color y algunas cosillas que me divertían, pero al leer eso, comprendí que es mucho más interesante que las fotos sean de verdad, por lo que dejé de jugar y desde entonces publico mis fotos respetando la realidad.
Recuerdo a Cartier Bresson que ni siquiera revelaba sus fotos, porque prefería emplear el tiempo  en estudiar las luces y las sombras y en pasear pensando.
Ver fotos de Cartier Bresson es una forma de aprender, me fío de él.


Yo no sé nada de técnica fotográfica.
Me ha gustado hacer fotos desde que mi padre me regaló una cámara siendo muy joven y pronto monté lo necesario para revelarlas en mi cuarto de baño.



Más tarde sacaba fotos de los temas que me interesaban: caseríos, playas y los botes de Arriluce.

Basándome en las fotos hacía los bocetos, sintetizando el tema y pintaba cuadros que tuvieron bastante éxito, sobre todo al exponerlos en Madrid.



Hoy en día el asunto de las fotos se ha vuelto tan fácil que es una gozada.
Para empezar, no necesito una cámara específica ya que la que tiene mi iPhone 6 plus, es suficiente para lo que yo pretendo y siempre lo llevo conmigo, por lo que si veo algo que me llama la atención, lo saco, hago todas las fotos que me dé la gana y al llegar a casa me las encuentro en mi iMac y puedo editarlas y publicarlas.

Una maravilla.

Cada día estoy más contenta por haber nacido en esta época en la que la tecnología hace la vida tan fácil, por lo menos ciertas cosas que me interesan.







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