viernes, 23 de octubre de 2020

CUATRO MIL CIENTO CUARENTA Y SEIS

 




He leído una frase de Herman Hesse que me ha hecho recapacitar y darme cuenta, inmediatamente, de que estoy de acuerdo con él y en desacuerdo con quienes dicen lo contrario, por ejemplo, Borges.

La frase es:

Hacer versos malos depara más felicidad que leer los versos más bellos.

Creo que lo experimenté desde pequeña y casi siempre intento hacer las cosas a mi manera, a pesar de darme cuenta de que hay formas ya hechas que funcionan y pueden ser bonitas, no obstante me empeño en probar mi modo.

Me ha sorprendido un poco, no que Herman Hesse lo dijera, eso no, en absoluto, adoro su literatura y he sido capaz de leerme sus libros más de una vez, esos libros que me cautivaron cuando todavía no sabía lo que significaba aprender a través de la escritura, empezando por Shidarta, Demian, El lobo estepario  y todos los demás que fui descubriendo a lo largo de la vida y que me embelesaban. 

Encontré personas con las que empezaba a hablar de Herman Hesse y nos excitábamos mutuamente, de tanto como nos compenetrábamos, a través de lo que nos había cautivado.

El juego de los abalorios también me encantó, pero no creo que hoy en día me gustaría, ni siquiera sé si lo entendería como lo entendí en su momento, no obstante y volviendo a esa frase que me ha llegado al alma, insisto en que me he identificado tanto porque me ha llegado al corazón.

Solo con el recuerdo de esos libros me vienen a la cabeza momentos de felicidad, de deseo de ser mejor y también de personas con las que en un momento dado me he sentido compenetrada.





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