jueves, 29 de octubre de 2020

CUATRO MIL CIENTO CINCUENTA Y DOS

 




De todas las terapias que he hecho en mi vida que han sido muchas y de diferentes estilos, la más dura sin lugar a dudas, hasta tal punto que ni siquiera en el cine había visto algo parecido, ha sido Proyecto Hombre. 

Está sacada de la que diseñaron los americanos para ayudar a los militares que habían luchado en Vietnam, gracias a la heroína que les metían para que hicieran su trabajo, por lo que los que tuvieron la suerte de volver a sus casas vivos, estaban enganchados a esa droga, bien sea dicho que la de Proyecto Hombre estaba suavizada.

Algo que aprendí allí que me parece muy importante, es hablar entre las personas de lo que ocurre cuando hay malentendidos o problemas, es decir, aclarar las cosas aunque ya sabemos todos que es muy aburrido y que la mayoría de las veces no todos queremos colaborar en ese trabajo por variados motivos, entre los que se encuentran la falta de claridad, haber malinterpretado un comportamiento, imaginarse algo que no existía y más cosas por el estilo que aunque pueden no ser gran cosa, cabe la posibilidad de derivar en algo dañino para las relaciones matrimoniales, familiares, amistosas e incluso las superficiales.

A mí me aburre bastante hablar de esos temas, pero estoy dispuesta a hacerlo siempre que haga falta porque si no, en el mejor de los casos puedo perder la confianza en las personas, que es casi peor que enfadarse para toda la vida.

En mi experiencia he llegado a la conclusión de que cada vez que hay una falta de entendimiento es debido a una lucha de egos.

En general yo suelo estar tranquila cuando no trato con nadie, me limito pensar en los asuntos que tengo entre manos e intento no llevarme malos ratos, pero cuando alguien responde de una manera hiriente ante algo que yo haya dicho o escrito, mi ego salta como un resorte y es lo que me hace darme cuenta de que si no paro a tiempo, mis pensamientos más ingeniosos acuden a mi cabeza dispuestos a un juego de esgrima, que conduciría a una negatividad absoluta en la que nadie saldría beneficiado, por lo que en ese momento, sobre todo si se trata de algo escrito, lo mejor que puedo hacer es pararme en seco, dejar que pase el tiempo e intentar olvidarme.    






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