domingo, 9 de mayo de 2021

CUATRO MIL DOSCIENTOS OCHENTA Y NUEVE

 





Lo que menos me gusta de los domingos es que todo esté cerrado porque me produce la sensación de que no tengo obligaciones, de que no puedo hacer recados e incluso de que ni siquiera tengo que escribir, no obstante hay un momento en la mitad de la tarde en que si no escribo me encuentro vacía, así que hago caso omiso de lo que me dice la cabeza, escucho al corazón y me comporto como si fuera un día laboral, por lo que escribo, reviso los mails y hago lo que suelo hacer todos los días y eso hace que me encuentre feliz.

Esa idea de que las tardes de los domingos son aburridas me la transmitió mi exmarido y se caló tan dentro de mí que incluso estando fuera, en Londres por ejemplo, me venía a la cabeza y me daba cuenta de que casi todo estaba cerrado excepto los museos, en cambio en Los Ángeles casi todo está abierto incluso los centros comerciales aunque cerraran un poco antes, hasta podía ir a la peluquería si me apetecía.

En ese sentido América es una maravilla porque no hay fiestas, excepto las tres o cuatro fundamentales que se celebran por obligación y a todo el mundo le encantan, pero lo demás no se nota, ni la navidad ni la semana santa, ni el mes de agosto es diferente a los demás, eso a mí me gustaba muchísimo, porque tampoco me divierte que de repente llegue el verano y la gente empiece a hacer planes y se van y cierran las tiendas y luego vuelven y tienen añoranza por lo bien que se lo han pasado.

En el país de los vascos donde yo habito, cuando empieza el verano las fiestas son consecutivas, una semana en un pueblo y la siguiente en otro y así consecutivamente, ahora estamos lejos de eso pero supongo que volverá porque le gente lo pide, a mí no me divierten nada, creo que prefiero que todo entre dentro de la normalidad.





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