jueves, 12 de julio de 2018

DOS MIL DOSCIENTOS SETENTA Y CINCO







Estoy agotada.
Ya termina la pesadilla.
Han venido una chica y un chico vestidos de astronautas y con una máquina de veneno han matado a todas las avispas que estaban en el nido, pero no lo han quitado para que cuando regresen las que se han ido a pasear y vean los cadáveres, se marchen horrorizadas y se les quiten las ganas de volver a este lugar.

Dentro de dos días, Begoña, mi vecina, tendrá que quitarlo con la fregona y barrer todo.

Ha sido una semana difícil.

Entre el calor, las ventanas cerradas, la casa sin ventilar, las plantas sin regar, el coche en el taller y la bronca que me echó Beatriz por haberle contado a Mattin lo de las avispas que, según ella no era necesario preocuparle con algo que está a punto de solucionarse, algo en la que estoy de acuerdo, pero yo soy un "bocas" sin arreglo.
Me alteré y ya había perdido la costumbre de dejarme llevar por los nervios.

Mi vida es tranquila y todo lo que hago está enfocado a que cada día sea más tranquilo si cabe, quisiera ser como Fray Luis de León, pero en vez de sembrar un huerto, estar sentada delante del ordenador y dedicarme a mis asuntos relacionados con las fotos, las lecturas, la escritura y las redes sociales.
Vivir conectada con la paz que está en mi interior y conseguir que nada ni nadie la altere.
Ese es mi propósito.

















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