jueves, 5 de julio de 2018

DOS MIL DOSCIENTOS SESENTA Y OCHO







Cada día estoy más contenta con la pomada de marihuana.
Hasta tal punto me está dando buen resultado para los dolores que tenía en las piernas, que he pedido las gotas de aceite que se ponen debajo de la lengua, para poder ir eliminando la medicación que tomo para otros asuntos y que me tiene harta.

Harta de pastillas, de médicos, de pruebas, de hospitales, harta de estar cansada y con necesidad de sentirme bien y con ganas de ir a la playa y disfrutar del verano.

Hasta tal punto me han mejorado las piernas con la marihuana, que hasta he recuperado la esperanza de que se me arreglen los tendones posteriores de la rodilla derecha, que es lo que tiene más difícil solución.

He descubierto algunas asociaciones medio secretas que, con la disculpa de disociar las propiedades curativas de las lúdicas, organizan lonjas en las que juntan ambas cosas y venden todo a precios baratos.

No he querido ni siquiera conocer esos lugares.
Prefiero comprar en Sagar, la tienda de dietética con la que estoy encantada desde que empecé a discernir entre la comida ecológica y la de supermercado.

Los productos de marihuana fabricados en laboratorios con todas las credenciales son más caros, pero me ofrecen confianza.

De momento solo puedo decir: ¡Viva la marihuana!









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