lunes, 17 de febrero de 2020

TRES MIL TREINTA Y TRES









Ha sido un día diferente a los demás, me he arriesgado a hacer una vida medio normal, es decir, salir por la tarde, pero la cosa se ha torcido un poco al llegar a casa al mediodía y darme cuenta de que me había olvidado las llaves.
Casi antes de comprobar que no las tenía en el bolso he visualizado cómo las metí en el bolsillo de la chaqueta el sábado con intención de ponerlas en su sitio, mi bolso que es donde tienen que estar.
No me he asustado.
Sé que todo tiene solución, además con mi sobrino Carlos me siento protegida.
He tocado el timbre de mi vecina Begoña que tiene mis llaves pero no abría, creo que está en Madrid.
Le he llamado a Beatriz que estaba en Derio dando clase de golf y me lo ha solucionado inmediatamente porque Anapé, que había terminado su clase, vendría en diez minutos.

"Vete a Tamarises que Anapé llegará en seguida".

Tamarises parecía un mauseleo.
Ni por asomo se respira en ese ambiente lo que allí sucedía cuando yo era una joven madre casada sin saber dónde meterme.
Ha venido Anapé, encantadora, las amigas de Beatriz son joyas inigualables.
Siempre están ahí dispuestas a ayudar con buena cara, no tienen pereza, las adoro, a todas sin excepción.
Creo que Beatriz lo sabe.
Lo que no sé si sabe es que no todo el mundo cuenta con semejante tesoro.
Algo digno de apreciación.








No hay comentarios:

Publicar un comentario