martes, 25 de febrero de 2020

TRES MIL CUARENTA Y UNO









Ayer vi Caferneum, de la directora libanesa Nadine Labaki.
Creo que es la primera película que veo de la famosa directora libanesa.
Creía que me iba a afectar más pero ya he dejado de pensar, estuve todo el tiempo con el corazón encogido.
Hace tiempo vi el trailer y la tenía en mi lista de deseos.
Considero importante haberla visto.
No puedo decir lo que me pareció, simplemente me desbordó.
Yo estaba en la cama que tengo en el salón, tapadita, calentita, a gusto, sabiendo que me esperaba una cena sabrosa y por delante otra cama en mi cuarto en donde dormiría a pierna suelta. 
Me dediqué a agradecer, no me compadecí de nadie, no siento pena.
He leído las críticas, tanto las profesionales como las de los amateurs y se ve que casi no nos atrevemos  a decir lo que pensamos. 
Es una película muy dura y lo peor de todo es que está basada en hechos reales.

Recuerdo que Mattin hizo parte de su tesis doctoral en Beirut, en la universidad americana en donde su tutor era profesor y estaba encantado, también a Odita le gustó Beirut, decía que tenía buenos parques.
En aquella época ella juzgaba las ciudades por sus parques. 

¡Qué diferente el Beirut que yo conocí ayer!

Yo estuve una vez en Beirut, hace muchos años. 
Estábamos dando una vuelta al mundo y por exigencias de los vuelos, tuvimos que aterrizar en Beirut a las 6:00 am.
Nos recibieron con metralletas. 
Era la primera vez en mi vida que se replegaba ante mi semejante horror, no lo puedo olvidar. 
Duró poco. 
En seguida volvimos al avión y partimos hacia el siguiente destino.
A mí no me interesa viajar, prefiero ir a un sitio y quedarme, los aviones me cansan y los sitios nuevos también.  
Y sobre todo, conditio sine qua non possum sequor, necesito un propósito.












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