jueves, 27 de febrero de 2020

TRES MIL CUARENTA Y TRES












A pesar de los años que llevo utilizando ordenador y de la cantidad de profesores que he tenido y academias a las que he asistido, sigo siento torpe.
Me resultaba más fácil escribir con tinta china a pesar de que a veces se me caían algunas gotas y tenía que empezar otra vez.
En mi colegio eran muy exigentes con esos temas.
Más tarde, cuando estudié BBAA y no me quedó más remedio que hacer rayas con tiralíneas, las cosas se me complicaron más todavía.
Detesto las líneas rectas, las escuadras, los cartabones y no digamos el escalímetro.
A mi solo me gusta el lápiz y el pincel.
Me suspendieron tantas veces en Descriptiva que tuve que repetir curso a pesar de que me pasé el verano yendo a una academia de Neguri y tomando clases particulares con Don Luis Ignacio Arana, catedrático en la Escuela de Ingenieros de Bilbao.
Quedaba con él los sábados por la tarde en el golf de la Galea y recuerdo que me decía:

La descriptiva es un lenguaje, cuando lo aprendas te resultará muy fácil, es una manera de comunicarse.

Yo le miraba boquiabierta, había perdido la esperanza pero consideraba que tenía que intentarlo, mi cabeza estaba cerrada, no conseguía que se abriera al nuevo lenguaje.
En realidad creo que ni siquiera le entendía cuando hablaba de otros temas, me resultaba difícil comunicarme con él.

Mi profesor titular, que vivía en el Puerto Viejo de Algorta con quien tomaba el aperitivo a veces en el Zabala, se daba cuenta de mi incapacidad.
Se llamaba Pedro, era buena persona y estaba enamorado de su asignatura, hasta tal punto que hacía dibujos de Perspectiva con lluvia, buscando el "más difícil todavía".
Tan grande era mi inepcia que ni siquiera estoy segura de que la asignatura se llamara Perspectiva o Descriptiva.
¡Con lo fácil que me resultaba dibujar a mano alzada sin complicarme la vida con reglas y compases!

Al final, para poder terminar la carrera, un compañero me hizo el examen, lo metí en la clase y saqué notable.

Todo lo relacionado con las matemáticas, la exactitud, los números y las ciencias ha sido mi caballo de batalla durante toda mi vida.
Mi hermano Gabriel intentó ayudarme con la aritmética cuando era pequeña pero no lo conseguía, mi ineptitud era inefable.
No obstantes en el bachiller de Letras brillaba con el Latín y el Griego, me encantaba traducir las Galias.
La profesora, una gallega simpática me ponía de ejemplo cuando quería quedar bien y decía:

Oraa es una caja de sorpresas.

Si en vez de tener tan claro que quería ser pintora me hubiera dejado llevar por los temas que iba conociendo, tal vez tendría que haber estudiado griego clásico para poder así relacionarme con Federico Krutwig, Boris Jonshon, George Steiner...

Está demostrado que hoy en día es más interesante estudiar griego clásico que robótica.










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