martes, 30 de abril de 2019

DOS MIL SETECIENTOS CINCUENTA Y OCHO








Mentiría si dijera que soy capaz de distinguir un libro que pertenece a la literatura de otro que no alcanza ese estado de gracia, no obstante sé que existe algo especial que se nota.
Por ejemplo, hace unos meses me dediqué a leer varias novelas seguidas de Stefan Zweig y  puedo asegurar que era pura literatura.
Hace unos días, empecé a leer “El director” de Iván Jiménez, porque los periodistas de la cadena Ser lo habían leído y decían que estaba bien, así que pedí un sample en mi Kindle y me entretuvo lo suficiente como para comprarlo.
Se trata de la experiencia de un periodista que fue director del periódico “El Mundo” en el que cuenta el motivo por el que le echaron a Pedro Jota, por qué le eligieron a él y cómo funciona el interior de un periódico.
Me entretenía y lo leía pero me daba cuenta de que no me satisfacía, era como una especie de “Hola” sin conocer a la gente que mencionaba, por lo que perdí el interés.
Me gusta estar informada de todo lo que ocurre a mi alrededor, pero no a cualquier precio.

Cuando leo libros buenos, aprendo y eso es suficiente, los entretenimientos sin más, me dejan vacía.
Lo que está escrito con cuidado, con respeto, en un castellano correcto, es como una caricia y si me inspira y eleva mi espíritu, mejor todavía.




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