jueves, 25 de abril de 2019

DOS MIL SETECIENTOS CINCUENTA Y CUATRO








He pasado unos días difíciles, me cuesta salir de mis costumbres y me metí en una especie de burbuja cuyos códigos desconocía.
Llevaba más de dos meses comiendo macrobiótica a rajatabla y había conseguido afinar mi instrumento en todos los terrenos, físico, mental y espiritual, hasta tal punto que llegué a encontrarme en el séptimo cielo. 
De repente, cuando estaba convencida de que podía contar con mi fuerza de voluntad, llegaron los suecos y caí en la tentación de sumarme a las fiestas gastronómicas en las que participábamos todos, me refiero a mi propia familia y no voy a decir que descendí a los infiernos, pero casi.
A los pocos días comprendí que mi bienestar depende solo de mi y volví a la macrobiótica con auténtica necesidad y gratitud.
La macrobiótica implica vivir de una determinada manera, además de mantener la alimentación correcta. Lo que ofrece a cambio es una maravilla y merece la pena, pero no se puede compartir con el mundo exterior. 
Exige una conducta individualizada y requiere una voluntad de hierro.












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