lunes, 30 de abril de 2018

DOS MIL DOSCIENTOS SIETE







Me viene a la cabeza algo que sucedió hace muchos años, cuando Las Arenas era un hervidero de drogas y toxicómanos.
Casi todo se negociaba en un bareto muy simpático que se llamaba Caracas.
No solo era el lugar de encuentro de los aficionados a ese tema, sino también el lugar donde pasábamos el rato esperando a que vinieran los camellos o simplemente leyendo el periódico.
Eran tiempos difíciles.

Todos nos conocíamos en mayor o menor medida.

Había una chica joven, bastante nueva en la movida cuyo nombre no recuerdo pero sí que la llamaban “La Lija”.
Andaba por allí bastante despistada pero parecía simpática.

Me contaron que un día, dos hermanos, conocidos traficantes y un tercero al que llamaban “El Morros”, la invitaron a ir con ellos al campo para fumar unos porros y escuchar música.
Ella accedió.
Al llegar a un lugar solitario, intentaron violarla.
La chica se resistió y al ver que no tenía nada que hacer para evitarlo, les dijo que estaba de acuerdo, pero que lo hicieran de uno en uno.
Se negaron rotundamente y manifestaron que querían hacerlo los tres a la vez.

No sé más.

No sé lo que pasó después, no recuerdo nada.







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