viernes, 20 de abril de 2018

DOS MIL CIENTO SIETE






Cuando vivía en Malibu, California, además de hacer voluntariado y trabajar en mi producción artística y exponerla de vez en cuando, aprovechaba para ir a los museos y disfrutar de lo lindo, ya que los americanos no solo son pioneros en algunos campos, sino que no se privan de nada y llevan a su país lo mejor de Europa.

El museo que más me impresionó desde la primera vez que lo visité, fue el Hammer Museum donde había una exposición de Judy Chicago, en la que entre otras piezas, se exponía su “Dinner Party” tal vez la instalación más famosa de toda su obra.
No fue esa pieza, sin embargo la que me emocionó hasta el punto de hacerme llorar, sino un gran tapiz en el que estaban escritos los nombres de las mujeres artistas. 
Desde el sigo I hasta nuestros días.
Casi todas eran monjas, ya que solo de esa manera podían dedicarse a su trabajo.

En mi caso fue al revés, tuve que casarme para poder hacer la carrera de Bellas Artes.

Me compré los libros escritos por Judy Chicago y aprendí su método de trabajo y su mentalidad, que fue transformándose poco a poco.

He recordado a Judy porque ha salido en la portada del Time, considerada como una de las 100 personas más influyentes del mundo.


Hace poco, tal vez menos de un año, expuso en Azkuna Zentroa, Bilbao y tuve la oportunidad de hablar con ella personalmente.
Su trabajo seguía siendo extraordinario y la felicité por ello.
También me presentó a su marido.

Arakis está haciendo una extraordinaria labor de comisariado, gracias a él, Bilbao sobrevive en el terreno del arte contemporáneo producido por mujeres.









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