lunes, 23 de abril de 2018

DOS MIL DOSCIENTOS







Parece ser que el libro más leído en el año 2017, ha sido el catálogo de Ikea.
Mi primera reacción ha sido la risa.
Pero también me hace pensar.
Para empezar, me encanta Ikea y creo que en la parte del planeta donde nos encontramos, es necesario aprender algunas cosas de los suecos.
Somos acumuladores, barrocos y no tenemos buen gusto, además de que nos complicamos la vida.

Tengo que confesar que las pocas cosas que necesito comprar para la casa, son de Ikea.
Cuando voy a Ikea, suele estar lleno y me alegro, ya que eso significa que la gente está aprendiendo a simplificarse la vida.
Tenemos que aprender a desprendernos de las moquetas llenas de ácaros, del ruido que hacen las aspiradoras y del trabajo que dan los cubiertos de placa o alpaca.

Cada vez que se muere alguien de la familia me suelen ofrecer muebles y objetos de los que no quiero ni oír hablar.

Lisa, la madre de mi nieta, es sueca y detesta Ikea porque se ha pasado la vida rodeada de piezas de Ikea y se ha hartado.
No obstante, tiene una butaca del siglo XIX que heredó de su abuela, grande y muy bonita, que ocupa casi todo el mini apartamento en el que habitan en Berlín.

Leí una entrevista que le hacían a un decorador muy exitoso de Madrid.
Le preguntaban cómo sería la casa de sus sueños y contestó que lo que más le gustaría es tener un apartamento vacío y decorarlo con muebles de Ikea.

Cuando yo era toxicómana, intentaba sacar dinero de donde fuera aunque claro, no atracaba bancos y recuerdo que mi hermana Maria Victoria solía contar que necesitaba una persona, solo para que limpiara la plata de su casa.
Un día que fui a visitarla, al salir vi una pareja de ciervos y me los llevé tan contenta.
Grande fue mi decepción cuando en un piso de las Arenas  que se llamaba  “Compro oro y plata” me dijeron que eran de alpaca, lo cual significaba que no valían nada.

Salí de esa casa con tanta rabia, que los tiré en una papelera de la calle. 





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