domingo, 15 de abril de 2018

DOS MIL CIENTO DOS







Comprendo que el plan que hice ayer me proporcionó in placer indescriptible.


Recogí a la Rosa sin espinas en la casa de campo donde vive su hermana, que está en Maruri, muy apartada de la iglesia, en un lugar alto, difícil de encontrar.
Me enseñó una cervecera cercana, debe ser muy especial a juzgar por la cantidad de coches que había y lo que me contó Rosa, ya que había comido allí el día anterior.
Tienen gallinas por lo que los huevos son de caserío.
También tienen huerta y los pollos son picasuelos.

Para acceder al lugar hay que atravesar un puentecito, quise ver como corría el agua y le pegué un rasponazo a un coche,y el mío se rompió un poco más, pero enseguida intercambiamos los datos del seguro, sabiendo ambos que esos asuntos cuanto antes se resuelven es mejor.

Nos fuimos a Larrauri, a nuestro caserío favorito que se llama Aurrekoetxe, comimos estupendamente como de costumbre y después nos dedicamos a buscar caseríos antiguos en lugares maravillosos, en los que solo se oye el canto de los pájaros y el sonido de las errekas, mientras se disfruta en un paisaje paradisíaco y difícilmente se ve a una persona, excepto cuando sale un hombre malhumorado y nos echa con cajas destempladas, prohibiendo terminantemente que saquemos una foto de su propiedad privada y haciendo como que escribe la matrícula.

Estaba tan bonito el cielo azul y el aire puro, que yo quería seguir descubriendo rincones escondidos que son tesoros y sacando fotos y videos, cada vez más entusiasmada, hasta que Rosita se cansó y nos fuimos cada una a nuestra casa.

Yo, con la ilusión de editar las fotos, pero pesaban tanto que no pude hacerlo, por lo que hoy me he pasado la mañana hablando con Apple.

Todavía no estoy segura de haber solucionado el problema, todo se andará, no es el fin del mundo.





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