miércoles, 18 de abril de 2018

DOS MIL CIENTO CINCO







Por todas partes me llegan noticias del avance del tiempo y de la tecnología.
Nuestro mundo está cambiando tal y como lo conocemos.
Recuerdo que mi madre, que era una persona muy inteligente y con experiencia de la vida, murió casi con cien años, decía y repetía:

Ya sabes que no me gustan los cambios.

Yo la escuchaba sin decir nada, pensando:

Pues no sabes bien lo que te espera, porque ella misma reconocía que todo había cambiado y que le gustaba ir a Madrid a casa de mi hermano Javier, porque vivían “como antes” (sic)

En San Francisco y en Singapur ya andan los coches solos, aunque está prohibido que vayan sin conductor, pero en casos extremos, lo hacen.
En Suecia, por ejemplo, es difícil pagar con dinero (coronas)*.
Solo aceptan tarjetas de crédito, hasta para pagar el pan.
Incluso los homeless aceptan limosnas con tarjetas.
Cuando leí esto, me acordé de que cuando yo vivía en Malibu y hacía la compra en un supermercado de comida ecológica en Santa Mónica, solía haber un pobre en la puerta con un cartel en el que ponía:

Por favor, deme dinero para comprar comida ecológica.

Me parecía muy elegante.

Hasta tal punto viviremos a base de algoritmos, que le he preguntado a Jaime el significado de la palabra que va a ser la base de nuestras vidas y me lo ha explicado de tal manera, que creo que lo he entendido, pero no me atrevo a contarlo porque me podría doler la cabeza.



* moneda oficial de Suecia



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