domingo, 8 de abril de 2018

DOS MIL NOVENTA Y CINCO







Me he levantado contenta, llovía y me venía bien para quedarme en casa y poner orden en algunos asuntos que tenía pendientes.
Antes de sentarme ante el ordenador, he salido a la terraza para visitar a mis hermanas las plantas, que diría San Francisco y mientras quitaba las hojas secas, los pájaros cantaban con verdadero entusiasmo, me acompañaban.
Ha habido un momento en que me he sentido unida a la naturaleza y he sido feliz.

Después, he hecho algo que me ocupaba el pensamiento desde ayer.
Beatriz leía el último texto de mi diario y me dijo algo que me hizo recapacitar.

Comentó:

No me gusta que hables mal de una persona que no está aquí para defenderse.

Se refería a su padre, porque yo había escrito algo negativo sobre mi matrimonio.

Además, tampoco se puede decir que tu fueras una santa, porque yo también tengo la otra versión de los hechos.
O sea que no pondré que me gusta.

Podrías escribir un comentario.

No, eso no, a mi no me apetece que todo el mundo sepa lo que pienso.

Así que me quedé pensando que ella tenía razón, por lo que hoy he cambiado ese fragmento y me he quedado tranquila.

He recordado lo que decía Luis Berlanga sobre este tema:

Solo se puede criticar a tu pareja si vives con ella.
Los separados que se callen porque ya no tienen que aguantar nada, solo cuando vives con la otra persona tienes derecho a quejarte.

Hay dos maneras de expresarse y no quedarse incómoda:

La que aconsejan los terapeutas de la nueva era, es contestar al momento al que diga algo desconsiderado.
Esto a mi no me va.
Cuando contesto lo que pienso, me quedo incómoda.

En cambio, Prem Rawat recomienda que si alguien dice algo ofensivo, lo mejor es no darse por ofendida.
Si en vez de callar y no darle importancia, decides vengarte, llegará un momento en que todos estaremos en guerra.
Es mejor no darle importancia, callarse y parar las ofensas.

Me gusta más esta idea.
Además, las ofensas se pasan al cabo de un rato.







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