viernes, 2 de febrero de 2018

DOS MIL TREINTA Y CUATRO








La influencia de la meteorología ejerce cierto poder sobre mi, me distrae.
No me queda más remedio que estar atenta, porque no quiero pasar un mal rato conduciendo.
Mañana, por ejemplo, tengo, si quiero, un evento en Vitoria que me apetece, pero asustan tanto con el frío, la nieve y la lluvia, que he decidido no ir.
Es posible que luego no pase nada pero prefiero no arriesgarme.

Ayer comí con Rosalía en el macrobiótico de Bilbao, que está en Iturribide y como no había estado nunca, me arriesgué a ir en coche y tuvimos que aparcar en el Carmelo.
Una zona bastante desconocida para mi.
Tuvimos que andar mucho bajo la lluvia por calles empinadas y volvimos en taxi.
Ya me he dado cuenta de que no es tan difícil, se puede aparcar en el Arenal y subir andando.
Se come bien, para mi es como un milagro poder encontrar un macrobiótico, solo en Madrid y en Barcelona existen esos paraísos de sabiduría gastronómica.
Estaba lleno, gente muy joven, se ve que van aprendiendo.

En cambio, Edouard, el dueño de 2Y, el mejor macrobiótico de Barcelona, que tiene mucha experiencia, montó uno en Bilbao y tuvo que cerrarlo por falta de éxito.

Yo he hecho muchos cursos de cocina macrobiótica y he pasado temporadas en Saint Gaudens, probablemente el mejor centro de Europa, sin embargo, me gusta tan poco cocinar, más bien nada, que no saco jugo a todo lo que sé.

Lo que deseo es estar frente a mi ordenador expresando lo que siento.
Cuando llega la hora de comer voy a la cocina y hago algo rápido, para poder seguir jugando con las teclas.

Cuando era pequeña, no me dejaban entrar en la cocina.

Si había invitados y nadie reparaba en mí, me aburría tanto en el salón con las personas mayores, que a veces iba a la cocina y prefería estar con el servicio, eran más divertidas y se reían enseñando todo lo que tenían en la boca, lo cual me parecía tremendo.
Entonces volvía al salón y allí me encontraba con todo el mundo serio, hablando de cosas que no me interesaban absolutamente nada y pensaba:

¿donde me meto?
yo no encajo en ningún sitio.

Mi familia era más bien fría.

Cuando murió mi hermana, apareció muerta en el suelo de la cocina, fue tan traumático para mí, que me pasaba el día y la noche llorando y al cabo de unos días, mi madre me preguntó:

Blanca ¿cuando vas a parar de llorar?

Me fui a Miami a pesar de que tenía el hombro roto y un esguince en el pie.

Prem Rawat daba una conferencia y aunque no tenía intención de ir, de repente comprendí que me iba a sentir mucho mejor allí que aquí, donde ni siquiera me dejaban llorar a gusto.







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