viernes, 16 de febrero de 2018

DOS MIL CUARENTA Y OCHO







Me dicen que ya no encuentran mis textos en Facebook.
No sé lo que ha pasado, aunque me consta que algo ha cambiado.
En realidad, yo publico mis textos en el blog dedicado exclusivamente a mi Diario y las personas que me siguen lo ven.
Hago lo que puedo, que es escribir cada día, tanto si me siento inspirada como si me sale un churro que del me avergüenzo.
No es escribir bien mi propósito, sino hacer ese esfuerzo cotidiano con el que me he comprometido.
Tratar de hacerlo lo mejor posible, es parte del intento.

Tal vez dedicarme a escribir es una de las sorpresas más bonitas que me ha deparado la vida, porque he entrado en este jardín sin pretensiones, solo queriendo aprender y disfrutar.

En la lectura mi deleite es casi completo, ya que los que escriben con la soltura de una vida dedicada al castellano, lo hacen con tal destreza, que casi parece fácil.

Agradezco a la vida no tener que empezar por el principio, he tenido la suerte de que en mi familia siempre se le ha dado importancia a la palabra y tanto mis padres como mis hermanos, han sido un ejemplo para mi.
Mis hijos también hablan bien.
Beatriz sabe tanto, que a veces le pido consejo.
De Jaime prefiero no hablar.
Ya ha publicado cuatro libros y aunque su gramática deja mucho que desear, es tan ameno que es imposible decirle nada. 
Tiene tanto éxito, que hasta las personas que nunca leen, se tragan sus libros con entusiasmo.

Mattin también ha publicado varios libros en inglés.
Da mucha importancia a los idiomas, pero el hecho de combinar en su vida con el sueco, el alemán, el español y el inglés, le crea ciertos problemas con el castellano que yo le corrijo y él lo agradece.
Tiene afán por aprender.

Escribir es harina de otro costal.
Para que un texto consiga llamar la atención, es necesario que tenga ese algo que los andaluces llaman duende y que yo me contentaría con decir “cierta gracia”.

Considero imprescindible que me enseñen palabras que desconozco.
No es que me apetezca tener que mirar al diccionario cada cinco minutos, me conformo con aprender una palabra que me resulte nueva, cada vez que me dedico a la lectura y a poder ser que no sea rimbombante, sino que simplemente por ser tan corto mi vocabulario, nunca me había fijado en ella.

Antes de empezar con las clases de escritura solo leía libros en inglés y francés, por eso tengo tanta costumbre de mirar el diccionario.

Ahora leo todo en castellano y de esta manera, poco a poco, voy comprendiendo muchas cosas que desconocía.

He empezado con un libro sobre Montaigne y ya me he vuelto a enamorar de su sapiencia y humildad.
¡Que grande es Montaigne!

Una frase que entre otras, me ha conmovido:

El ejercicio más fructífero y natural de nuestro espíritu es, a mi juicio, la conversación. 
Encuentro su práctica más dulce que cualquier otra actividad de nuestra vida.










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