martes, 13 de febrero de 2018

DOS MIL CUARENTA Y CINCO






Gracias a mi nuevo profesor de informática, Óscar Ciencia, he aprendido a poner al día los videos que estaban recién salidos de la cámara y que resultaban demasiado pequeños y sin formatear.
Tengo cientos de esos videos y aunque no todos son buenos, marcan una época y eso siempre resulta interesante.

La faena que me hicieron en Youtube al quitarme todos mis videos, más de mil, para castigarme por la performance que hice sobre el Guggenheim, me salió cara y al final, sin ni siquiera darse cuenta, terminaron pasando el video en el Auditorio del museo.

Si no fuera tan nerviosa, no pasaría malos ratos porque al final, todo se pone en su sitio.

Ahora estoy preparando unos cuadros para cederlos durante cinco años al Art Brut Museo de Barcelona.

Me va a costar ponerlos al día, porque la madera tiene carcoma.
Voy a intentar matar las larvas, pero si no lo consigo, no me quedará más remedio que quitar los bastidores y guardar las telas enrolladas como hacen los chinos.
Meten las telas en un cajón de uno de esos muebles lacados que tienen en sus casas y de vez en cuando sacan uno y lo contemplan.
También cuando quieren enseñárselo a un visitante.
Así no se cansan.
Los cuadros que siempre están colgados en la pared, en el mismo lugar, pierden interés.
Las personas que viven en esa casa se acostumbran a verlo y aunque sea un Mondrian o un Matisse, llega un momento en que ni lo miran.
No les llama la atención.
Lo sé por propia experiencia.
Yo tengo un mueble con cajones en los que guardo los dibujos y las ceras y hace poco abrí los cajones, miré los dibujos y casi todo me sorprendía, tal vez hacía más de un año que no les hacía caso.








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