martes, 27 de febrero de 2018

DOS MIL CINCUENTA Y NUEVE







Ayer vi una película del año 2.000 que trataba de literatura, por lo menos así la anunciaban.
Michel Douglas era un escritor que había publicado un libro que tuvo un éxito apoteósico y se dedicó a fumar marihuana, por lo que perdió la inspiración.
Los actores eran buenos pero el guión era malo y a medida que se desarrollaba la historia, me di cuenta de que me estaban tomando el pelo.
El propósito de la película era una moraleja, sobre la mala influencia de la hierba.

Cuando yo vivía en Malibu, California, había mucha gente que se dedicaba a escribir guiones y si alguno resultaba exitoso, ganaban mucho dinero con el que se compraban una casa y un coche y se dedicaban a dar fiestas.
Me comentaron que algunos terminaban viviendo en el coche.

Comprendo que las buenas ideas vienen y se van y que las musas de la inspiración no siempre están activas y sobre todo, no perdonan los excesos.

He conocido artistas plásticos extraordinarios, que se han dormido en los laureles, les han abandonado las musas y deambulan por los bares rodeados de sus admiradores, recreándose en el talento que antaño les llevó a la cumbre.

El mundo de la literatura no sé como funciona, puedo imaginarme que será parecido, aunque la inspiración es algo intangible.
Algunas personas cuentan que solo les viene cuando todo les va mal.

Yo, por el contrario, tengo que estar contenta y encontrarme fuerte, para que las musas vengan a visitarme.

Alguna veces me he visto desesperada, gritando:

Inspiración ¿donde te escondes?
No me abandones por favor.







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