lunes, 19 de febrero de 2018

DOS MIL CINCUENTA Y UNO







Hay asuntos que son contradictorios y me resulta difícil elegir la acción correcta.

El viernes pasado estuve con Mercé Freixas, la bidodescodificadora y me aseguró que cuando alguien me diga algo que me moleste, tengo que contestarle inmediatamente.
Si no lo saco por la boca y se me queda dentro la emoción, me saldrá una enfermedad.
Esto venía a cuento, porque le conté que con mi hijo Jaime hago algunas concesiones.
Por la paz un Padre nuestro.

En general, él es encantador y casi siempre está de buen humor, con ganas de charlar y dispuesto a hacerme un favor, si lo necesito.
No obstante, a veces se comporta como un macho alfa.

Ejemplo:
Hace unos días estábamos hablando tranquilamente y le interumpí.
Se puso muy serio, casi daba miedo y me dijo:

Mamá, te he dicho más de una vez, que no me interrumpas cuando estoy hablando.

Lo siento, perdona.

Contesté yo, para que no llegara la sangre al río, pero la verdad es que tenía ganas de decirle:

Si me pusiera como tu, cada vez que me interrumpes, te darías cuenta de que me estás exigiendo algo que tu no eres capaz de hacer, porque no es por nada, pero eres un interrumpidor compulsivo, como la mayoría de la gente.

En vez de decir toda esta parrafada que era lo que estaba sintiendo, me callé la boca, nunca mejor empleado un pleonasmo y esperé a que él recobrara la calma, alterada por mi “culpa”.
Todos necesitamos responsabilizar a algo o a alguien, hasta que crecemos y nos damos cuenta de que si somos dueños de nosotros mismos, no existe nada ni nadie que nos perturbe.

Recuerdo a mi madre que, aunque cuando estaba tranquila era encantadora, se preocupaba demasiado por cosas sin importancia y como tenía los nervios a flor de piel, a veces desvariaba.

Una vez estaba muy alterada y decía:

¿Cómo no voy a estar nerviosa con todo lo que está pasando?

Lo que estaba pasando no era nada.
La vecina de arriba había dejado un grifo abierto y se había manchado el techo de su cuarto de baño.

Es que es una y otra vez.
Ahora tienen que venir los pintores y toda la casa patas arriba.
Comprenderás que tengo motivos para estar nerviosa.
Tu me entiendes ¿verdad?

Dirigiéndose a mi, que había ido a visitarla.

Si, claro, es una lata, pero por lo menos ya te han dicho que vienen mañana y mientras tanto, tienes el otro cuarto de baño.

Ese no es el problema, siempre voy al otro cuarto de baño que tiene ducha, pero me molesta que pasen estas cosas.

Entonces, se sentaba en un sillón ortopédico muy grande y muy cómodo, que tenía muchas posturas.
Se lo regalaron mis hermanos cuando se rompió la pierna y según ella, ese fue el principio de la llegada de su muerte, porque se sentía tan cómoda que dejó de salir a la calle y por consecuencia, de andar.








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