domingo, 25 de febrero de 2018

DOS MIL CINCUENTA Y SIETE







He observado que cuando hablo de mis enfermedades bajan mis lectores, así que de momento las mantendré en secreto, mientras intento curarme y ponerme como una flor de primavera.
No es la primera vez que constato esta triste verdad, los enfermos no gustan nada, la gente huye de ellos como de la peste.
Yo también, me pongo enferma, debo protegerme.

El mundo se rige por una coordenadas diferentes a la lógica del corazón.
A primera vista, yo pensaría que las personas que tienen problemas debieran ser atendidas con más mimo que las que se encuentran bien, no obstante son las guapas, sanas y jóvenes las que triunfan y las que más regalos reciben.

No quiero hablar de lo que pienso de este mundo, porque yo sería la primera que debe cuestionarse lo que hace.




Así que cambio el tercio y hablo de literatura que es lo que me complace.
Estaba hojeando un libro de George Steiner “Errata” que suelo tener a mano, porque sabe tanto que me inspira y me dan ganas de aprender.

Habla de lingüística y pienso en mi, que tanto esfuerzo hice para perfeccionar mi inglés, creyendo que era más importante que el español y sin embargo ahora, daría lo que fuese por manejar un castellano correcto.
No pido gran cosa, solo no cometer errores gramaticales y tener el vocabulario preciso para escribir con fluidez.

Sigo interesada en escribir mi diario.

¿Acaso no hay una historia interesante, en una mujer que ha venido a este mundo con ínfulas de mando y desde pequeña le obligaron a representar un papel subalterno?.

Esa soy yo.
Tanto si se nota como si no, intento seguir aquella regla de la que hablaba Hemingway.
Suponiendo que mi texto es un iceberg, yo solo escribo la parte que sobresale del agua, lo que queda dentro es el territorio sólido, sobre el que se apoya lo que cuento.
Tal vez haya que hacer un pequeño esfuerzo para adivinar que entre una y otra de las anécdotas que se dibujan, había un alma atormentada, que ha conseguido romper los barrotes de la cárcel en la que le habían encerrado con cierto disimulo.

Reconozco que hice un gran esfuerzo para salir de aquella prisión en la que no era feliz.

Ahora, desde fuera, libre como una gaviota, agradezco mis equivocaciones, porque gracias a ellas di los primeros pasos para llegar a buen puerto.





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