viernes, 23 de febrero de 2018

DOS MIL CINCUENTA Y CINCO







Hace muchos años me dijeron que estamos en pleno Kali Yuga, que significa época de oscuridad en sánscrito.
Es evidente que cada día se vuelve más denso el mundo que nos rodea.
A todos los niveles.
Estoy contenta porque he sabido retirarme a tiempo.

Ya no me siento involucrada en el mundo del arte, que es a donde creía que pertenecía, cuando pintaba y exponía.
Iba a las inauguraciones y saludaba a la gente de ese mundillo.
De vez en cuando voy al Guggenheim, al Reina cuando voy a Madrid y al MACBA en Barcelona.

Me limito a escribir mi diario y publicarlo en mi blog, en donde me leen los que me siguen, que son pocos pero fieles.
Lo que más me gusta es que me hagan comentarios.

Estoy contenta.
Me gusta la vida que hago, simple y recluida.

Escucho la radio mientras hago solitarios en el iPad, me gusta estar informada de lo que sucede, lo cual no sé si contribuye a ponerme de buen humor.
Casi todo me parece un circo, intento no tomármelo en serio porque no quiero llevarme malos ratos, como se lleva mi hijo Mattin, que lee The Guardian y Der Spiegel y cada día ve peor el mundo actual y el que se avecina.
Yo no quiero pasar miedo.
Intento vivir al momento, estar calentita en casa o abrigada si salgo a la calle, hacer caso a los médicos y reducir mis necesidades.
Me produce satisfacción verme capaz de llevar una vida sencilla, sin pretensiones, disfrutando de los cambios de luz que me ofrece este país de los vascos, que tanto amo porque es el mío.



Vinieron a visitarme unos amigos de Madrid que hacían cine y les acompañé a buscar localizaciones.
Estaban entusiasmados con todo, sobre todo con la luz.
Decían que es la que más favorece al rostro.
Les llevé a San Juan de Gaztelugatxe y les encantó.

El director, Jaime de Armiñán me propuso hacer un pequeño papel en su película, en el que Fernando Fernán Gómez me miraba con interés en el hall del Palace de Madrid.

Después fuimos a comer a un restorán cercano al hotel con FFG y Ana Belén y en la mesa de enfrente estaba mi tío Isidoro Delclaux, casado con la tía Mercedes Oraa, hermana de mi padre y pasé vergüenza.








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