jueves, 7 de enero de 2021

CUATRO MIL DOSCIENTOS ONCE

 




 Leí hace tiempo que Borges decía que le gustaba más leer que escribir, me costó creérmelo y de vez en cuando me viene a la cabeza, sobre todo cuando disfruto mucho leyendo, que es lo que me está pasando ahora con Un hombre enamorado de Knausgard, el famoso escritor noruego que antes vivía en Suecia y he llegado a la conclusión de que tal vez a mí me suceda lo mismo que a Borges, me encanta leer algo que me guste y me interese, no obstante me produce más satisfacción escribir y si pasan varios días y no he escrito, noto que me falta algo y en el momento en que me siento delante del ordenador, empiezo a sentir esa sensación especial que me proporciona el acto de escribir, parecido a lo que me pasaba cuando pintaba, ambas tareas tienen mucho en común.

Lo que sale de mi propio esfuerzo tiene más riqueza disfrutable que lo que solo requiere una actitud pasiva por mi parte.

Además, lo que escribe Knausgard me resulta familiar por varios motivos, el más importante porque es una especie de diario o autobiografía, el tipo de lectura que más me interesa y el segundo, porque habla del modo de vivir en Suecia y me hace pensar en lo que comentaba Mattin cuando vivía allí y en lo que sigue contando Unai Aranzadi, periodista de guerra que vive en Estocolmo y publica en Facebook, todo ello colabora a que me encuentre a gusto en un medio que no me resulta desconocido a pesar de tener una cultura tan diferente de la española, que es la que más conozco.

No me sorprende que los hombre hagan las tareas que aquí suelen corresponder a las mujeres, ya me había contado Lisa que en su país son las propias madres las que enseñan a sus hijas a poner en manos de los hombre los cuidados de la casa y de los hijos, algo que aquí no se estila demasiado, más bien las madres aconsejan a las hijas que aprendan a cocinar bien y que se sacrifiquen por sus maridos. 

Tenía y tango tan pocas ganas de cocinar que recuerdo un día que mi madre me dijo:

No olvides Blanca que al hombre se le conquista por el estómago.

Una vez conocí a un hombre bastante culto e interesante, estaba casado y había pasado siete años sin beber, no obstante recayó y entre otras cosas, me contó que su mujer cocinaba muy bien y que seguía casado con ella sobre todo por ese motivo.






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