sábado, 2 de enero de 2021

CUATRO MIL DOSCIENTOS NUEVE

 




Ha visto una película canadiense, no diría que muy buena, más bien interesante, se llama Profesor Lazhar y me ha llevado a recordar algo en lo que nunca pienso.

Estudié Bellas Artes porque quería ser pintora, solo por eso, jamás se me pasó por la cabeza nada que tuviera que ver con la docencia, no obstante al terminar el grado, la mayoría de mis compañeros se dedicaron a la enseñanza, incluso los que se prepararon para el doctorado, algo que tampoco me interesó, yo solo pensaba en pintar y exponer.

En un momento dado Manolo Gandía, gran artista y amigo, que impartía clases de dibujo en el instituto de Erandio, Bizkaia, me pidió que le sustituyera durante unas semanas porque no se encontraba bien.

Accedí, llegué al instituto y me encontré en una clase frente a unos treinta adolescentes que solo gritaban.

A pesar de que había estudiado pedagogía, nadie me había enseñado qué se hace en esos casos, nunca había estado en un instituto ni en una escuela pública, todo era nuevo para mí, educada en colegios de monjas en los que los modales tienen tanta importancia como la ortografía.

Una diferencia fundamental entre el estudio de las Bellas Artes y las demás carreras es que la mayoría, si no todos los que la elegimos, lo hacemos con una ilusión extraordinaria, no solo nadie nos obligaba sino que incluso había muchas personas que tuvieron que luchar para conseguirlo, ya que no es fácil que los padres permitan que sus hijos estudien algo con tan pocas posibilidades de un futuro prometedor.

Al cabo de un rato en el que estuve callada mirando a todos los chicos y chicas que vociferaban y se movían como si estuvieran en las barracas, decidieron callarse y empecé la clase.

Pasé unos días espantosos, no me gustaba enseñar, no sabía hacerlo en aquel entorno que me pareció hostil, a nadie le interesaba aprender a dibujar, así que duré lo estrictamente necesario y me marché.

Más tarde, durante unos cuantos meses trabajé como profesora de dibujo y pintura en una academia de Las Arenas, municipio de Getxo, en donde todos las personas que asistían lo hacían a gusto, lo cual impulsaba a que me sintiera inspirada y pudiera enseñarles a sacar lo mejor de sí mismos, aún así tuve que dejarlo, no era feliz, no me gusta enseñar, soy la eterna aprendiz.





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