viernes, 11 de septiembre de 2020

CUATRO MIL CIENTO TRECE










Por fin ayer tuve la primera clase de Escritura online.
Me costó entrar porque he perdido el ritmo de Skype, ahora me arreglo mejor con Zoom, espero que el profesor lo cambie.
Disfruté muchísimo a pesar de que no me veía en la pantalla y de que la calidad de los demás no era buena pero eso es lo de menos, lo importante es estar con los compañeros y escuchar sus textos.
Dos de las chicas son criminólogas.
Conocí hace tiempo a una criminóloga de Vitoria, hermana del artista plástico Juan Luis Moraza y me impresionó, es una profesión de la que hasta entonces solo había tenido referencias a través del cine y la literatura.
Echaba tanto de menos esas clases que elevan mi espíritu y hacen que me sienta en mi elemento que pensé que nunca volverían pero me equivoqué, ya están en marcha y solo hace falta que el profesor se familiarice con Zoom y volveré a experimentar esos momentos deliciosos en donde la literatura y la poesía brillan con todo el esplendor.
Una de las criminólogas a la que había conocido en clase cuando tenía diez y seis años, ayer tenía veintitrés y leyó un texto biográfico muy personal con una fuerza y una madurez que me sobrecogió, me hizo sentir algo especial que trasmite la lectura cuando no ha pasado por los filtros convencionales.
Yo leí la entrada de mi diario del día seis de septiembre en la que hablo de que descuidé la pintura por la que tenía una vocación apasionada para ocuparme de mis hijos.
Como de costumbre me alabaron lo cual aunque me halaga no me satisface porque yo sé que mi escritura es muy simple, corto mi vocabulario, carente de metáforas y todavía por más que me esfuerzo no consigo que las palabras bailen al son de una música imaginada.
Me gustaría que el profesor me exigiera más.











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