domingo, 6 de septiembre de 2020

CUATRO MIL CIENTO OCHO









Me emociono cada vez que constato la bondad de algunas personas.
Cuando vi la película sobre la Madre Teresa de Calcuta pensé que para mí sería imposible hacer algo ni remotamente parecido a lo que ella dedicó su vida.
Creo que he sido egoísta desde que nací y si me controlaba para que no se notara, lo hacía solamente porque me dieron una educación muy rígida de la que poco a poco he conseguido desprenderme.
Cuando nació Beatriz, a pesar de la gran ilusión que me hizo tener ese bebé en mis brazos, me pegué tanto susto del cambió tan radical que supuso para mi vida y mis aspiraciones de pintora que decidí no tener más hijos.
No me sentía responsable de que se despoblara la tierra, hay muchas mujeres que están encantadas de tener muchos hijos.
Luego la vida marcó su camino y tuve tres hijos más, no me lo explico pero sucedió.
Ahora que son mayores y puedo ocuparme de mi y de mis asuntos me da gusto verles tan sanos y contentos y sobre todo pensar que no me necesitan.
Todo lo que he escrito viene a cuento porque leyendo una de esas historias de Born different (Nacido diferente) me he emocionado viendo a unos padres que habían adoptado dos niñas con discapacidades importantes además de haber adoptado antes dos chicos sin problemas.
El marido confiesa que no quería adoptar a la pequeña pero cedió porque sabía que a su mujer le hacía feliz.
Ni se me hubiera pasado por la imaginación que existieran personas dispuestas a entregar su vida  de esa manera.
Lo pasé mal cuando mis hijos eran pequeños y tenía que hacerme cargo de la casa y de ellos, me parecía espantosa la existencia que había elegido, lo hice todo sin pensar, movida solamente por el capricho de casarme y después dejé que la vida me llevara por el camino que quiso y aunque intenté recuperar mis ambiciones pictóricas ya era tarde, no tenía capacidad para ocuparme de todo.
Quería demasiado a mis hijos y eran la prioridad en mi vida.
Tener un marido requería mucha atención así que solo podía dedicar a la pintura el tiempo que robaba a la familia que había creado sin darme cuenta.
Ha sido así y ya no hay marcha atrás, lo acepto y ahora disfruto de la vida y de lo que voy aprendiendo desde que la dedico al conocimiento de mí misma.









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