viernes, 4 de septiembre de 2020

CUATRO MIL CIENTO SEIS










Cada día tengo a gala y me esfuerzo para no olvidarlo, publicar en Facebook uno de esos posts llamado Born different en el que una persona con una enfermedad muy rara o una discapacidad imposible cuenta con toda naturalidad y confianza cómo se arregla para vivir feliz y sacar partido a algo que parece dramático.
El motivo principal que me impulsa a hacerlo es recordarme la promesa que me hice hace tiempo de no quejarme jamás aunque pareciera que tengo motivos.
Al ver estas personas que son capaces de elevar su espíritu hasta alturas desconocidas, me hago consciente de mi propia situación de la que quejarme sería un delito ya que me he curado de una leucemia que me tuvo al borde la muerte y solo tengo problemas con una rodilla cuyo dolor espanto con analgésicos.
Respecto a la vida tan tranquila que llevo es exactamente la que me apetece, trabajar delante del ordenador, estar sentada me resulta agradable.
Entre las personas a las que voy conociendo con esas dificultades extremas descubro con asombro cómo van encontrando su manera de ser felices.
Hay algunos, tanto hombres como mujeres para quienes lo mejor de todo es haber encontrado una pareja, otras han conseguido ganar mucho dinero dando conferencias y ayudando así a la gente corriente que se queja por naderías a darse cuenta de su privilegiada situación, otras, con manchas terribles en la piel se hacen modelos y así no solo consiguen ser autónomas sino que afianzan la seguridad en sí mismas.
Se me caería la cara de vergüenza si me quejara de algunos momentos en los que me encuentro sin fuerza para salir y entrar como antes cuando estaba sana y no paraba quieta.
Me resulta saludable sentirme viva y agradecida.
Nada hay más grande que respirar consciente del milagro que eso supone.
Doy gracias una y otra vez.






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