sábado, 4 de abril de 2020

TRES MIL SETENTA Y NUEVE










He visto un rato de una película sobre la escritora francesa Marie de Régnier, hija del poeta cubano Jose María de Heredia.
Al principio he pensado que me había confundido, no tenía nada que ver con lo que me había imaginado al leer las críticas, sin embargo la idea de conocer mejor a la famosa poeta me ha animado a seguir y ha conseguido llevarme a algunas épocas de mi vida en la que había muchos secretos de los que no tengo intención de hablar ni escribir.

Cuando me mandaron a Burdeos para que aprendiera francés, creo que mis padres no se dieron cuenta de lo que Francia y su cultura iban a representar para mí, una niña en plena pubertad, con una curiosidad ilimitada, jamás saciada, puesto que tanto en casa de mis padres como en el internado de Santa Isabel, en Madrid, todo era sugerido y nada revelado.
En Francia, a través de la literatura y del ambiente que me rodeaba, descubrí una parte de la vida que luego sería muy importante a lo largo de la mía.
Me refiero a las relaciones sentimentales, tema al que en Francia se le otorga prioridad absoluta, con lo que contiene de juegos, mentiras, escondites y todo lo contrario a lo que en el ambiente del que yo venía se consideraba correcto.
Así que volví de Burdeos como si hubiera hecho un cursillo acelerado que me preparó para lo que se me avecinaba.
Quería experimentar todo que la vida me ofrecía y así, cuando me convertí en una mujer casada empecé mi etapa de adulta.
Me sentía libre a pesar de ser muy consciente de que el matrimonio exige ciertas normas pero eso no era nada para la educación que yo había recibido.
Así que con diez y nueve añitos, convertida en la señora de Artiach, fuera de la casa de mis padres y de los internados, con un marido muy moderno y generoso, comencé a disfrutar de la vida a mi manera.
Poco a poco iba dejando que saliera mi esencia verdadera, esa de la que mi madre, mucho más tarde dijo:

Eres ingobernable.



















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