sábado, 25 de abril de 2020

TRES MIL NOVENTA Y OCHO












Ver a Catherine Deneuve me produce tal placer que compensa que el resto no sea sensacional.
Es lo que he sentido al ver "La Verdad".
La película no es gran cosa, no obstante he disfrutado tanto o más como cuando veo algo excepcional, porque ver a Deneuve en escena es una especie de privilegio para mí que la he seguido desde que empezó, tenemos casi la misma edad y siempre me emociona.
Su hermana Françoise Dorleac también me fascinaba, murió en un accidente de tráfico con solo veinticinco años.
A Vicente Ameztoy le entusiasmaba y quiso hacerle un retrato, se lo pidió y ella aceptó.
También recuerdo que a Gonzaga Escauriaza le encantaba Catherine Deneuve y me sorprendió agradablemente que un chico tan joven fuera capaz de apreciar a una mujer bastante mayor que él, me pareció un síntoma de sabiduría y madurez.
Hirokazu Koreeda, a pesar de ser japonés, ha sabido inmiscuirse en la cultura francesa con un toque de sutileza que me maravilla, porque conociendo un poco a la mujer francesa, sé que eleva el tono de voz y en "La verdad" nadie lo hace.
He pasado un buen rato y me he quedado con ganas de ver más películas de Koreeda que trata los temas trascendentes sin darles excesiva importancia.
Me complace que no pongan el grito en el cielo si la madre dice con toda tranquilidad, como ocurre aquí, que prefiere ser buena actriz que buena madre.
Admiro la cultura japonesa y adoro la francesa por lo que asistir a una obra en la que confluyen ambas con sus matices, me ha cautivado de un modo subjetivo.
Si fuera una crítica profesional de cine no sería capaz de decir que es una gran película sin embargo para mí lo ha sido.










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